4 poemas de María Calcaño. Transición del amor sublime al olvido
Una mujer que amó como nunca en su vida hoy hecha un ocaso, remite estos versos de otra mujer, venezolana, poeta y malquerida.
La Toma
Me trepan las raíces
de tus manos amadas
y arropada en caricias
ya casi no me veo.
Me saltaste tan sólo
la blancura serena;
seguros de la noche
me moldearon tus brazos,
y fue un enredo fácil
la fiesta inagotable.
Hombre partido en cien
que me fuerzas la vida,
en mis pechos desnudos
desata tu rudeza,
para que tengan ellos
ese duro barniz
que les falta de hombre.
La ofrenda
Se volvieron otros los deseos sanos
cuando mi caricia dobló la locura
estremecida y fatal de sus manos
ansiosamente alargadas de blancura.
Estaban sellados los labios en vano.
Para las palabras era ya muy tarde.
Llevaba una estrella prendida en la mano
y estaba menguada la mano cobarde.
En la tarde limpia ya el primer lucero
mostraba su guiño de luz al sendero
turbio y misterioso bajo su temblor.
Recogí sus manos trémulas y frías
bajo las dos alas tristes de las mías
y les di mis labios con mudo fervor.
Tarde
Te miro.
Te miro de cerca:
te escudriño hosca...
La tarde está linda afuera en el monte.
La promesa que traigo
de belleza
se me aprieta a la boca.
Y me dueles.
Tus caricias me arden como tus palabras.
Me dueles.
Por eso vengo de tan lejos
a plantarme en tu alfombra
como gajo henchido.
A sentirme los ojos dolorosos
cuando me suba el oleaje
de tus brazos crespos.
El aire se hastía
los deseos me apresan
yo soy la tarde linda...
Zeta
Yo se que he de morir,
que ha de venirme eso...
Pero no quiero llantos,
ni doblez de campanas
ni alborotos, ni rezos.
Déjame solamente
el calor de tu pecho
sin estorbo de gente...
Y ahora que nada me dices...
habla de cosas buenas,
alegres, de mentira.
Bésame intensamente...
júrame que me quieres
y descíñeme este peso
de angustía.
Después...
¡Que importa!
Vendrán otras mujeres
a borrarte mis besos.
La Toma
Me trepan las raíces
de tus manos amadas
y arropada en caricias
ya casi no me veo.
Me saltaste tan sólo
la blancura serena;
seguros de la noche
me moldearon tus brazos,
y fue un enredo fácil
la fiesta inagotable.
Hombre partido en cien
que me fuerzas la vida,
en mis pechos desnudos
desata tu rudeza,
para que tengan ellos
ese duro barniz
que les falta de hombre.
La ofrenda
Se volvieron otros los deseos sanos
cuando mi caricia dobló la locura
estremecida y fatal de sus manos
ansiosamente alargadas de blancura.
Estaban sellados los labios en vano.
Para las palabras era ya muy tarde.
Llevaba una estrella prendida en la mano
y estaba menguada la mano cobarde.
En la tarde limpia ya el primer lucero
mostraba su guiño de luz al sendero
turbio y misterioso bajo su temblor.
Recogí sus manos trémulas y frías
bajo las dos alas tristes de las mías
y les di mis labios con mudo fervor.
Tarde
Te miro.
Te miro de cerca:
te escudriño hosca...
La tarde está linda afuera en el monte.
La promesa que traigo
de belleza
se me aprieta a la boca.
Y me dueles.
Tus caricias me arden como tus palabras.
Me dueles.
Por eso vengo de tan lejos
a plantarme en tu alfombra
como gajo henchido.
A sentirme los ojos dolorosos
cuando me suba el oleaje
de tus brazos crespos.
El aire se hastía
los deseos me apresan
yo soy la tarde linda...
Zeta
Yo se que he de morir,
que ha de venirme eso...
Pero no quiero llantos,
ni doblez de campanas
ni alborotos, ni rezos.
Déjame solamente
el calor de tu pecho
sin estorbo de gente...
Y ahora que nada me dices...
habla de cosas buenas,
alegres, de mentira.
Bésame intensamente...
júrame que me quieres
y descíñeme este peso
de angustía.
Después...
¡Que importa!
Vendrán otras mujeres
a borrarte mis besos.
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