Aún



Hubo un tiempo en que mis únicas pasiones eran la pobreza

y la lluvia.

Ahora siento la pureza de los límites y mi pasión no existiría
si dijese su nombre.


Alguien ha entrado en la memoria blanca, en la inmovilidad
del corazón.


Veo una luz debajo de la niebla y la dulzura del error me hace
cerrar los ojos.


Es la ebriedad de la melancolía; como acercar el rostro a una
rosa enferma, indecisa entre el perfume y la muerte.

Hablan los manantiales en la noche,
hablan en los imanes del silencio.
Siento la suavidad de las palabras olvidadas.


La obscenidad entró en mis huesos y, más tarde, aquel aceite
sigiloso, el que prepara el corazón.
Ahora vendrán los días de las grandes milongas.


Sábana negra en la misericordia:
Tu lengua en un idioma ensangrentado.


Sábana Aun en la sustancia enferma,
la que llora en tu boca y en la mía
y, atravesando dulcemente llagas,
ata mis huesos a tus huesos humanos.


No mueras más en mí, sal de mi lengua.
Dame la mano para entrar en la nieve.

Amé todas las pérdidas.
Aun retumba el ruiseñor en el jardín invisible

Recuerdo el frío del amanecer, los círculos de los insectos sobre las
tazas inmóviles, la posibilidad de un abismo lleno de luz bajo las
ventanas abiertas para la ventilación de la enfermedad, el olor triste
de la sosa cáustica.


Pájaros. Atraviesan lluvias y países en el error de los imanes y los
vientos, pájaros que volaban entre la ira y la luz.
Vuelven incomprensibles bajo leyes de vértigo y olvido.


No tengo miedo ni esperanza. Desde un hotel exterior al destino, veo
una playa negra y, lejanos, los grandes párpados de una ciudad cuyo
dolor no me concierne.


Vengo del metileno y el amor; tuve frío bajo los tubos de la muerte.
Ahora contemplo el mar. No tengo miedo ni esperanza.


Eres sabio y cobarde, estás herido en las mujeres húmedas, tu
pensamiento es sólo recuerdo de la ira.


Ves la rosas temibles.
Ah caminante, ah confusión de párpados.
Hay una hierba cuyo nombre no se sabe; así ha sido mi vida.


Vuelvo a casa atravesando el invierno: olvido y luz sobre las ropas
húmedas. Los espejos están vacíos y en los platos ciega la soledad.
Ah la pureza de los cuchillos abandonados.

Amé todas las pérdidas.

Aun retumba el ruiseñor en el jardín invisible.




(De "Libro del frío")
de Antonio Gamoneda

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