Dije a mi alma: quédate inmóvil y espera
porque el amor sería amor de lo que no se debe amar."(T.S. Eliot)
Dibujaste una zanja infranqueable,
en un descuido me escurrí como una gota.
Cai.
A mi alrededor, solo cuencas vacías,
bocas enmohecidas me dijeron:
¡Bienvenida!
y me hallé ante la agreste temeridad de los desahuciados nocturnos.
Desventurados ellos, los otros, los mismos, nosotros,
yo,
que me embarqué rumbo a la vecindad de los posibles,
y no encontré nada,
nada más que vida,
pedacitos de vida engarzados a dependes y mientras tanto.
Caminé, me sumergí en instancias difusas,
me amalgamé a esta tristeza infecunda y seguí caminando,
¿A dónde conducen estos pies amellados?
En una calle parida a dentelladas,
quise asirme a los escombros.
Hasta en el rincón último del abismo, fluyes en mi sangre;
vi que todavía crece el centeno,
solo que ahora soy un higo a la intemperie.
Gabriela Durán Arnaudes
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