Carta a un amor imposible

Todavía recuerdo ese día, íbamos caminando por el boulevard y me dijiste que debías decirme algo muy serio. Mientras buscábamos un banco para sentarnos pensé ¡llegó el día! dirá que me ama y como es tan formal no halla la manera de decírmelo. Durante meses había ensayado mi respuesta: un si, rotundo y definitivo.


Nos sentamos, dejé que hablaras. No recuerdo todo lo que dijiste pero jamás pude ahuyentar una frase de mi memoria: “Yo lo voy a dar todo por ese hombre”… Me quedé de una pieza. No pude contener las lágrimas y salí corriendo. Desde entonces he querido escribirte, aclararte las razones de aquella despedida forzada, del alejamiento paulatino de quien fue siempre tu amiga más fiel, discreta, la que sin sospecha estaba enamorada de ti desde el bachillerato. Ahora lo sabes.

Nunca pude soportar que jamás me amarías, ni a ninguna otra mujer. Pensé que mantendrías tu decisión callada por un tiempo, pero enseguida le diste la noticia a todos. Para mi fue una sorpresa cuando me enteré que tu mamá estaba encantada. La reacción de tu padre fue más cercana a lo que yo pensaba. Me dijeron que el no estaba nada convencido y decía que no era posible que jamás le dieras nietos. Siempre tuve esperanzas de que te arrepintieras de ese camino que habías escogido. No pude resistir cuando tu relación con ese hombre se estrechó aun más, cuando supe que habías viajado con el, que hasta estaba en tus oraciones. Además todo el mundo repetía su nombre, todos lo adoraban. Tuve que mudarme al Medio Oriente, me hice budista y de cierto modo pude comprender tu amor por ese señor.

Pasaron muchas lunas entre tu y yo. Logré “hacer mi vida” como dicen, me casé, tuve hijos, he llevado una vida agradable. Casi ya no te recordaba, los días que pasé junto a ti se difuminaban en sepia hasta que en el verano de 2005 apareciste en CNN, dijeron tu nombre, estabas rodeado de hombres. Me sentí orgullosa, yo sabía que llegarías lejos, que serías reconocido y aplaudido haciendo lo que te gusta. Me rei al recordar que siempre te habían gustado los disfraces y cambiar de identidad por eso ahora te haces llamar Benedicto XVI.



Ahora por lo menos échame la bendición.



Eva Broûnter.

Comentarios

Entradas populares