Me había acostumbrado

Poco a poco me había acostumbrado al vaiven. Me había acoplado al devenir de los cambios que iban de lo armonioso a lo furibundo, de lo divino a lo profano, y por impulso me sumergí, más de lo que en realidad podía. En el umbral que está entre lo que deseaba y lo que tenía pedí con ansias tener un lugar donde no llegase el oleaje, aunque sea una isla diminuta, donde todo fuese todo mío, sin recuerdos, sin pasado.
Pero, no nadé lo suficiente y me hundí, me hundí hasta no reconocerme y desear solamente una cosa.
En el delirio de la muerte, causado por el agua salada y el sol, desee ser de bauxita o de un metal maleable, que no tuviese pulmón, ni lágrimas, ni piel y menos aún: corazón. Quería volver a mi rudimentaria vida mediocre, aunque sabía que quería más, necesitaba más y merecía más. Quería volver, pero no pude ¿Aun estoy a tiempo?... ¿de que? No es necesario decir adiós para despedirse. Las olas me llevaron lentamente a la orilla, y no supe que vino después de mi acompasado vaiven. Ni yoga, ni meditación, ni teoría de la literatura, ni mi verde siquiera me sirvieron para superar este naufragio, esta deriva. ¿Debo volver a mi mundo mimético? o ¿aventurarme por lo real?...

Comentarios

Cristina Gálvez Martos ha dicho que…
Saludos Gaby, al menos algo bueno salió del naufragio.
Gabriela Durán Arnaudes ha dicho que…
Eso es verdad Cris... ese naufragio me ha hecho escribir poemas, cartas y hasta dialógos para mi nueva obra de teatro jeje.
Gracias por leer.

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