Caracas, 15 de Diciembre de 2012

     Hoy es un día confuso, tiene un velo fúnebre, de confirmaciones, de cierre y comienzo. Este día tiene un tono claroscuro como una faz de tanathos.  Será la muerte que nunca tiene rostro amable, jamás cuando se trata de personas tampoco cuando se trata de sentimientos.
     Una noticia desencadenó todo: “Murió la mamá de Caneo” me quedé de una pieza, recordé su rostro, su voz profunda y su gesto amable cuando me daba la bienvenida a su casa. Eso fue ayer, divagué en la nocturnidad , pensando, elucubrando, rondando la habitación de mi madre, pensé en Omar a quien le debo un abrazo por la inesperada despedida de su mamá y mi ausencia.
   La noche se convirtió en madrugada, me acosté a las cuatro de la mañana, desperté a las nueve pensando que no llegaría a la funeraria. Es sábado, no voy al diplomado en edición, tampoco a yoga ni a otra actividad que me alegre en dimensiones intelectuales o  espirituales. Me alisté, llegué a la Vallés a las 11:37 AM pasé por tres capillas  buscando caras conocidas, me conmoví con el dolor ajeno, el llanto de otros y los ¿por qué?, lloré en un gesto honesto; pero la Sra Clara llegaba a las dos de la tarde.
   En vista de mi equivocación horaria caminé hacia el boulevard de Sabana Grande, comí un golfeado  entré a una librería, compré libros en oferta y llegué en metro hasta Bellas Artes, allí compré algunas cosas y regresé a Plaza Venezuela. A la 1:39 PM subía las escaleras de la salida de la Previsora y allí la grotesca imagen a mi diestra, una alegoría a la mente brillante de Goya y su Enano, aunque tal vez más parecida era al bufón de Velazquez en compañía de lo que en mi imaginario alguna vez fuese un príncipe caminando por una calle de Caracas.
    “La verdad los hará libres” escuchaba dentro de mi, la verdad me hizo libre, até cabos, comprendí todo y se cortó lo que quedaba del último eslabón de la cadena que me ataba a lo que ya no es, a lo que jamás podrá ser. Los recuerdos se difuminaron tan rápido que un año pasó raudo y se diluyó como papel quemado ante mi. No se puede amar a la mierda porque hiede y contamina, ¡hay que limpiar la mierda!, así sin eufemismos, así como suena: procaz, sin cortapisas, con la misma severidad e ironía del verdugo que me mató con la compasión de Rasputín.
   No le debo nada a nadie y por ley de dualidad del universo ya he pagado mis deudas con el karma. Ese último resoplido en el pecho y el trago amargo como cuando damos el último adiós a un ser querido que es bajado hacia el Hades con esas mismas cadenas que ya no me permito, las que se rompieron en crujir de dientes, llanto y cemento fresco que un chasquido se convirtió en placa de epitafio. Adiós definitivo.
   Tal vez flote en el aire algo esencial e impoluto que sobreviva como semilla para un amor en una próxima vida, otra reencarnación, quizá, pero en esta el cuervo Poe dijo “nunca más”.
    Ví, caminé, seguí, cometí una insensatez, pero seguí.

Gabriela Durán Arnaudes

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