Tres poemas de Federico García Lorca

Tú nunca entenderás lo que te quiero,
porque duermes en mí y estás dormido.
Yo te oculto llorando perseguido,
por una voz de penetrante acero.
Norma que agita igual carne y lucero,
traspasa ya mi pecho dolorido
y  las turbias palabras han mordido
las alas de tu espíritu severo.
Grupo de gente salta en los jardines
esperando tu cuerpo y mi agonía
en caballos de luz y verdes crines.
Pero sigue durmiendo, vida mía.
¡Oye, mi sangre rota en los violines!
¡Mira que nos acechan todavía!


    Noche arriba los dos con luna llena,
    yo me puse a llorar y tú reías.
    Tu desdén era un dios, las quejas mías
    momentos y palomas en cadena.
    Noche abajo los dos. Cristal de pena,
    llorabas tú por hondas lejanías.
    Mi dolor era un grupo de agonías
    sobre tu débil corazón de arena.
    La aurora nos unió sobre la cama,
    las bocas puestas sobre el chorro helado
    de una sangre sin fin que se derrama.
    Y el sol entró por el balcón cerrado,
    y el coral de la vida abrió su rama
    sobre mi corazón amortajado.
 
    Quiero bajar al pozo,
    quiero subir los muros de Granada,
    para mirar el corazón pasado
    por el punzón oscuro de las aguas.
    El niño herido gemía
    con una corona de escarcha.
    Estanques, aljibes y fuentes
    levantaban al aire sus espadas.
    ¡Ay, qué furia de amor, qué hiriente filo,
    qué nocturno rumor, qué muerte blanca!
    ¡Qué desiertos de luz iban hundiendo
    los arenales de la madrugada!
    El niño estaba solo
    con la ciudad dormida en la garganta.
    Un surtidor que viene de los sueños
    lo defiende del hambre de las algas.
    El niño y su agonía, frente a frente,
    eran dos verdes lluvias enlazadas.
    El niño se tendía por la tierra
    y su agonía se curvaba.
    Quiero bajar al pozo,
    quiero morir mi muerte a bocanadas,
    quiero llenar mi corazón de musgo,
    para ver al herido por el agua.

     Federico García Lorca

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