Un hombre cruza la calle y
Un hombre cruza la calle y suspira, respira hondamente al recordar el oscuro episodio que acaba de vivir; un autobús, una moto y hasta un carrito de helado estuvieron a punto de atropellarlo. ¿Que lúgubre designio lo marcó de por vida?, ser víctima eterna del tráfico capitalino. Cruzó la calle para reponerse de su más reciente susto, pero ha de terminar su turno y entregar su guardia a las cuatro al próximo fiscal de tránsito de la zona. Y volver mañana a su labor de torero vial, sobre el hombrillo.
Al terminar su diaria labor, Ramón se dirige a su casa. Compra pan, jugo y el periódico vespertino. Lee mientras la camionetica avanza en larga trayectoria de Este a Oeste. Entre las noticias, los sucesos y las opiniones, el siempre encuentra algo curioso que lo aleja de sus constantes sustos entre carros, bajo el inclemente sol. Esta tarde se encontró con una nota mínima referente a la boda del hijo del presidente de Colombia, se rie, sin burlarse; Tomasito Uribe se casa con una ex reina de belleza entre guayaberas, velas, comida tropical, vestido de diseñador, catedral y bebidas exquisitas que ayudan a olvidar la realidad, mientras en su país matan cada día a varios de sus conciudadanos, el narcotráfico y los secuestros se hacen cada vez más imperantes.
Ramón rie, pero muy hondamente siente nostalgia por dos simples razones, la primera: es colombiano ante la cruel dicotomía de sentirse cercano, pero estar ajeno de lo que acontece en su país. La segunda: Allá dejó la mitad de su vida y su corazón… su madre y la tierra donde quedaron sembrados sus momentos felices y el violín que ejecutaba con cierta maestría. Pero la vida dispone caminos, destinos y Ramón no pudo escoger. Ramón arruga el periódico bajo su brazo, trata de olvidar y vuelve al presente.
Así día a día transcurre su vida, y a pesar de sus constantes gustos y sustos entre la marejada de carros, se siente como director, que orquesta el orden y deja que un hombre cruce la calle y avance para cumplir sus sueños.
Gabriela Durán Arnaudes
Al terminar su diaria labor, Ramón se dirige a su casa. Compra pan, jugo y el periódico vespertino. Lee mientras la camionetica avanza en larga trayectoria de Este a Oeste. Entre las noticias, los sucesos y las opiniones, el siempre encuentra algo curioso que lo aleja de sus constantes sustos entre carros, bajo el inclemente sol. Esta tarde se encontró con una nota mínima referente a la boda del hijo del presidente de Colombia, se rie, sin burlarse; Tomasito Uribe se casa con una ex reina de belleza entre guayaberas, velas, comida tropical, vestido de diseñador, catedral y bebidas exquisitas que ayudan a olvidar la realidad, mientras en su país matan cada día a varios de sus conciudadanos, el narcotráfico y los secuestros se hacen cada vez más imperantes.
Ramón rie, pero muy hondamente siente nostalgia por dos simples razones, la primera: es colombiano ante la cruel dicotomía de sentirse cercano, pero estar ajeno de lo que acontece en su país. La segunda: Allá dejó la mitad de su vida y su corazón… su madre y la tierra donde quedaron sembrados sus momentos felices y el violín que ejecutaba con cierta maestría. Pero la vida dispone caminos, destinos y Ramón no pudo escoger. Ramón arruga el periódico bajo su brazo, trata de olvidar y vuelve al presente.
Así día a día transcurre su vida, y a pesar de sus constantes gustos y sustos entre la marejada de carros, se siente como director, que orquesta el orden y deja que un hombre cruce la calle y avance para cumplir sus sueños.
Gabriela Durán Arnaudes
Comentarios